Es difícil hallar una historia más triste que la de Neil
y Kazumi Puttick, cuyos cadáveres aparecieron anteayer al pie del acantilado de
Beachy Head, en el condado de Sussex. Y no sólo por el regusto amargo inherente
a los pactos de suicidio sino por las dolorísimas circunstancias que en este
caso lo acompañan.
Neil (34 años) y Kazumi (44) saltaron juntos al vacío,
cada uno con una mochila al hombro. Una escondía ositos de peluche y un tractor
de juguete. En la otra la policía halló el cadáver de su hijo Samuel.
El niño —de cinco años— llevaba muerto desde el viernes,
cuando los médicos del hospital que lo trataba lo enviaron a casa al entender
que no podían hacer nada por salvarle la vida. Tres años antes lo había dejado
parapléjico un accidente de coche y sus padres habían adaptado sus trabajos y
su casa a los cuidados del pequeño Sam. Una tarea difícil pero gratificante que
se truncó cuando el niño cayó víctima del brote de meningitis que, esta vez, sí
le costó la vida.
Un médico certificó el viernes por la noche la muerte de
Sam en su domicilio. Es difícil reconstruir qué ocurrió desde entonces con Neil
y Kazumi. Nada se supo de ellos hasta que el oficial de policía Stuart McNab
avistó sus cadáveres desde el borde del acantilado el domingo al filo de las
ocho de la tarde.
McNab decidió posponer el rescate de los cuerpos hasta el
día siguiente. Sólo entonces se supo que Neil y Kazumi se habían precipitado al
abismo aferrados al cadáver y a los juguetes de su hijo Sam. Antes, habían
completado cerca de 200 kilómetros por carretera. Un oscuro viaje que les llevó
desde su domicilio en el condado de Wiltshire hasta los aledaños de Beachy
Head.
El acantilado es uno de los lugares preferidos por los
suicidas británicos. Tanto que cerca del precipicio se instaló en 1976 una
línea de teléfono para contactar anónimamente con la ONG Samaritans
-08457909090- y un sistema de vigilancia y capellanía que desde entonces ha
reducido sobremanera el número de muertes.
Un sistema que no pudo evitar el fallecimiento del
matrimonio Puttick. Él inglés y ella japonesa. Ambos destrozados,
presumiblemente, por la muerte de un hijo del que prefirieron no separarse
jamás.
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